martes, 30 de marzo de 2021

CARTA A UNA NIÑA QUE NO QUIERE LEER

CARTA  A UNA NIÑA QUE NO QUIERE LEER


Por Gustavo Vázquez Lozano

    Querida Brenda: Hoy has puesto de lado con disgusto el libro que elegí para que practicaras la lectura. ¿Cómo te convenzo de que nada puede compararse con ese torrente de emociones que es leer? Algún día me sentaré contigo y te explicaré por qué los libros son mejores que la tele. Los libros son etapas de la vida.

    Hay una historia de un niño al que le encantaba leer y que un día encuentra el libro perfecto: un libro que no termina nunca. Creo que todo lector devoto encuentra un día su propio libro perfecto, el libro que lo conmociona a tal grado que lo hace amante de la lectura. Como David Copperfield, que se consolaba leyendo cuentos infantiles, algunos leemos como si en ello nos fuera la vida, usando los libros no sólo como un consuelo, sino como una manera de navegar por la realidad, de descubrir cómo sobrevivir en un mundo tantas veces hostil hacia la imaginación.

    Mi libro perfecto fue precisamente La historia sin fin, de Ende. Cuando te topes con esa historia maravillosa –cualquiera que ésta sea– pasarás tardes enteras delante de las páginas impresas, con las orejas ardiéndote y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidada del mundo sin darte cuenta de que tenías hambre o de que te quedabas helada. Eso es algo que deseo que te suceda.

    “¿Qué cosa parecida obtenemos hoy al leer que pueda igualar la emoción y la revelación de esos primeros 14 años?”, preguntaba alguna vez Graham Greene refiriéndose a sus primeros libros perfectos.

    Añoro que al leer Beau Geste sientas el calor del desierto, la cara roja por la arena transportada por el viento y la lengua pegada al paladar, mientras acompañas a Miguel Geste por las dunas en busca del Agua Azul, el enorme diamante que desaparece misteriosamente. Pero no dejes a Geste solo en el desierto. Te aseguro que si abandonas el libro, él se quedará ahí para siempre, sin encontrar a su amada Isobel. Si dejas al Capitán Bligh en Hombres contra el mar luchando contra la tormenta en su frágil lancha, contenderá eternamente con las olas y los arrecifes, a menos que tú lo acompañes a buen puerto.

    Algunas de estas historias leerás en lo secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque papá o mamá o alguna otra persona habremos apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tienes que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito. Y te estarás preguntando si Douglas Quail, en un pequeño y maravilloso cuento titulado Usted lo recordará perfectamente, estaba imaginando o realmente fue a Marte. Si lees Momo, nunca volverás a ver la Luna como lo hacías antes, porque habrás descubierto que en realidad no es la Luna, sino el espejo de la niña, de Momo, pero esto no debo contártelo, porque quiero que tengas el placer de leerlo por ti misma.

    Con ciertos libros llorarás abierta o disimuladamente lágrimas amargas porque una historia maravillosa acaba y habrá que decir adiós a personajes con los que creciste, a los que querías y admirabas, por los que habrás temido y rezado, y sin cuya compañía la vida parecerá vacía y sin sentido. Igual que Lucy Barfield y sus primos, de regreso a casa tras su viaje por Narnia, extrañarás el sabor de los tocinos de cielo y te preguntarás si será posible seguir adelante sin la presencia reconfortante de Arlán. Tal vez añores como yo escuchar la voz de Graógramann, el león de La Historia sin fin, en los momentos más terribles de la vida.

    Si puedes, lee libros gordos, flacos, pequeñitos, lujosos y maltratados, con dibujos y sin dibujos, y te darás cuenta de que, con frecuencia, libros olvidados que dormitan en algún rincón, contienen historias extraordinarias, más allá de todo lo imaginado. ¡Quién sabe cuántas narraciones imposibles y encantadoras descansen ahí esperándote!

    Pero no todo es fantasía y ficción. Hay también libros con cosas reales, y con el poder de hacer que la Tierra gire para el otro lado. Hace algunos años, un estudiante llamado Smith encontró en un convento de Jerusalén un libro de apariencia inocente, cuya existencia nadie conocía, y que ha puesto a discutir a todo el mundo acaloradamente. Tal es el poder de las hojas empastadas.

    Otro placer muy señalado encontrarás en regresar a tus viejos libros cuando seas mayor, lo cual será como un reencuentro de esos que en la vida nos pasamos añorando y nunca tenemos. Ahí estarán, guardados amorosamente, tus compañeros Miguel Geste, Momo con su falda de remiendos, el imponente Graógramann, Douglas Quail y William Bligh, el capitán que venció al mar. Con ellos, estará empastada la historia de tu vida. Y luego, algún día, tendrás edad suficiente para empezar a leer cuentos de hadas de nuevo.

    Pero, por ahora, tengo que intentar convencerte de que tomes de nuevo el libro y leas La isla del tesoro.

jueves, 29 de septiembre de 2011

JORGE LUIS BORGES


Señoras, señores:

He consagrado mi vida a la literatura. Es decir, a leer, a disfrutar, a meditar, a sentir, a ser feliz, a comprender, a tratar de comprender y cosechar líneas y, finalmente, a ponerlas por escrito y eventualmente publicarlas.

Mi amigo y maestro Alfonso Reyes me dijo una vez: "Publicamos nuestro libros para librarnos de ellos, para no pasar el resto de nuestras vidas corrigiendo borradores". Eso es cierto. Pero cuando publico un libro lo dejo abrirse paso. Nunca he leído un solo comentario sobre nada mío. Afuera. Dejo que el libro siga su propio camino y, entonces, pueda ir hacia otro y quizá a mejor suerte. Por supuesto he leído libros de estética: he leído a los griegos, he intentado leer a los alemanes -no siempre con éxito- y, desde ya, leído y releído el edicto de Wordsworth sobre los valores de la Naturaleza -1798, claro-. Todo eso condujo a un específico libro de estética por Croce, que depara buena lectura pero a él no lo lleva demasiado lejos.

En el curso de mi vida he debido encarar varias teorías. Me referiré a una que refuté -si bien ahora no estoy tan seguro de que se haya tratado de una refutación, en cierta medida lo fue-. Lugones, en su famoso Prólogo al Lunario Sentimental, publicado en 1907, dijo que la metáfora es el elemento esencial de la poesía. Y mucha gente pensó lo mismo, al menos la de mi generación. Tengo entendido que los chinos en vez de hablar de "universo" lo llaman "Los Diez Mil Seres"; presumo que quieren decir los diez mil arquitectos, ya que hay más de 10.000 hombres o 10.000 perros o gatos en el mundo. Estos diez mil arquitectos deben de haber logrado una combinación riquísima desde el momento en que se puede comparar cualquier cosa con cualquier otra y hasta incurrir en la atrocidad de Vicente Huidobro que descubrió en los vagones del ferrocarril las cuentas del rosario. Porque si se pudieran comparar los coches del tren con un rosario, la belleza exigiría violencia.


Por mi parte, también yo hice todo lo que pude para combinar, o sea, para provocar nuevas metáforas; y después de un tiempo sentí que quizá sólo había unas pocas metáforas esenciales.
Pensé que al margen de las que provienen de meras combinaciones de palabras tal vez sólo hubiera, digamos, cuatro o cinco metáforas -vínculos- esenciales.


De ellas, la primera sería, por supuesto, el tiempo y el río. Creo que ése era el título de una novela. Lo cierto es que basta con leerlo: se lee "el tiempo y el río" y uno siente que tiempo y río son esencialmente lo mismo. Cuando Heráclito dice que nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas están cambiando, uno siente que él escribió esta línea para que sienta no solamente que el agua está cambiando, sino que uno está cambiando. Uno es el río. De modo que -pienso- esa metáfora esencial -tiempo y río- es una metáfora real, no un mero juego de palabras. Recuerdo una línea que Lord Tennyson escribió alrededor de 1850. Dice así "Time in flowing through the middle of the night" (El tiempo fluye en medio de la noche). Ahí pueden ustedes palpar las casas silenciosas, las ciudades dormidas y el tiempo fluyendo por su propio cauce sin que nadie lo advierta, excepto quizá Dios. ¡Qué placer! ¿Se dan cuenta? Esta es una de las metáforas esenciales: el tiempo y el río.


Y después tienen esta otra que para mí es recurrente. La idea de que la vida es sueño. Calderón escribió: "La vida es sueño", "Life is a dream". Viniendo de nosotros resulta bastante escueta, pero Shakespeare escribió: "We are such stuff/ as dreams are made on; and our little life/ is rounded with a sleep" (Estamos hechos de la misma materia de los sueños y un sueño sella nuestra exigua vida). Por supuesto, con "misma materia de los sueños", Shakespeare nos hace pensar en el hacedor de sueños, en "el tejedor de sueños". Siento que así se compagina una hermosa metáfora.


También hay otra que siempre emerge del parentesco del sueño con la muerte. En el Libro de los Reyes del Antiguo Testamento y a propósito del entierro de David se lee: "Y él durmió con sus padres". Todo el pasado se recobra "con sus padres", todas las generaciones pasadas. Otra verdadera metáfora o metáfora esencial sería la vinculación de ojos y estrellas.Existe un libro que se llama -no recuerdo el nombre del autor- Las estrellas miran hacia abajo. Uno piensa entonces en el desfile de las generaciones del hombre mientras esas estrellas indiferentes miran hacia abajo. Pero el mejor ejemplo lo encontramos en Chesterton. Dice "But I shall not be too old to see the enormous night arise, a cloud that is louder than the world, and the monster made of eyes" (Pero no seré demasiado viejo para ver la inmensa noche alzarse, una nube con más estruendo que el mundo, y el monstruo hecho de ojos). No lleno de ojos, como el monstruo en el Libro de las Revelaciones, sino hecho de ojos, y esto es realmente pavoroso.


También habría una verdadera metáfora, una metáfora esencial en el símil de mujeres con flores. Swinburne hace decir en una línea a la reina de Samotracia -una reina mítica y sin duda bella- lo siguiente: "God making roses made my face" (Dios, haciendo rosas, hizo mi cara). Ahí uno siente la belleza al mismo tiempo que la fragilidad, porque se piensa en rosas, en rosas abiertas que después pasan nada más.


De modo que pensé -dije para mí- sólo hay unas pocas metáforas esenciales, el resto consiste en destrezas, en juegos de palabras que van y vienen.


Mucho después descubrí metáforas, espléndidas metáforas que no calzarían en aquellos moldes y que me gustaría comentar con ustedes. Por ejemplo, cuando Shakespeare escribió: "The music, the food of love" (La música, el alimento del amor), siendo diferente de las otras metáforas nos parece sin embargo verdadera. También encontré una metáfora magnífica y venerable en el libro según creo de un hindú, cuya línea dice así: "Los Himalaya son la risa de Siva", las montañas terribles son la risa del terrible dios. Me pregunto si podemos ceñir esto a un molde. También descubrí en la poesía de un místico el verso siguiente: "La luna, espejo del tiempo". Uno piensa en la luna, esa cosa endeble y amarilla suspendida en el cielo y que rueda y rueda para siempre, y tiene ahí la luna endeble y el tiempo eterno.


Y, por supuesto, hay muchas frases, muchos versos que son magníficos y que no parecen realmente metáforas. Por ejemplo, cuando William Butler Yeats escribió: "That dolphin-torn, that gong-tormented sea" (ese mar desgarrado de delfines, ese mar atormentado de gongs /trad. J. L.B.), yo me pregunto si quiso decir algo. No lo creo (risas).Aunque sería lo de menos... "That dolphin-torn, that gong-tormente sea" es en cierto modo mágico. En esta otra línea de su gran compatriota James Joyce: "Beside the rivering waters of" -pausa- "hither and thithering waters of" -pausa- "night" -pausa-, en esta línea quiero decir que uno dice "Beside the rivering waters of, hither and thithering waters of, night" y la luz se va desvaneciendo. Uno debe hacer alto cuando dice "the rivering waters of, hither and thithering waters of". Tiene que ser dicho en inglés -hitherthithering-, en español es abstruso, quizá en alemán (risas), "Hither and thithering waters of, night" (1).


Hay, entonces, versos diferentes y que nos hacen sentir una magia. Por ejemplo éstos -si bien la idea es un lugar común, son espléndidos- que nos llegan de Shakespeare: "Music to hear, why hear´st thou music sadly?". Ahora viene el martilleo, aunque "martillo" es una palabra demasiado dura, viene el hechizo, la música."Music to hear, why hear'st thou music sadly?/ Sweets with sweets war not, joy delights in joy" (Si eres música al oído, ¿por qué la música te entristece?/ Entre amantes no hay discordia, el goce goza en el goce). Para mí son magia pura.

Ahora bien, volviendo a lo que dije al comenzar, Lugones pensó que la metáfora era esencial para la poesía y, sin embargo, hasta donde yo sé, no se encuentran metáforas -o apenas una insinuación y nunca la metáfora declarada- en la poesía china y en la japonesa. No hay metáforas, según recuerdo, mientras que en el caso del inglés antiguo, por ejemplo, la poesía está hecha de metáforas. Así, cuando llaman al mar "la ruta de la ballena", la vastedad de la ballena sugiere la vastedad del mar; y al mismo tiempo, en contraste, cuando lo llaman (al mar) "camino del cisne", en un cisne infatigable dan la extensión del mar propiamente dicho.


Todo cuanto hemos hablado nos lleva a un hecho harto evidente, el hecho de que la poesía es tan misteriosa como la música y que intentar descifrarla nos enredará en nuevos juegos de música y de palabras.


Muchas gracias

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